lunes, 21 de octubre de 2013

Aunque a veces nos joda. Aunque las malas personas se aprovechen.


Si como seres humanos somos lo que vale nuestra palabra, como sociedad valemos lo que valen nuestras leyes.

Aunque a veces nos joda. Aunque las malas personas se aprovechen.



Sé que esta vez mi opinión no sólo nadie me la pidió, sino que además va a ser molesta para algunas personas, incluso de entre con quiénes comparto esto. Quizás es precisamente por eso por lo que creo que esta vez debo escribirla.
Es sobre la sentencia del Tribunal de Estrasburgo de hoy declarando la vulneración del artículo 7 (no hay pena sin ley) del Convenio Europeo de Derechos Humanos en la aplicación retroactiva de la llamada "Doctrina Parot" en el caso de la condena a una etarra.

Entiendo que el Tribunal de Estrasburgo haya dicho que es ilegal aplicar retroactivamente las leyes a las personas penadas.
Espero, por la parte que me toca como persona, como ciudadana, que así sea. Que ningún gobierno de mi país pueda decidir estirar hasta donde desee el cumplimiento de un castigo que era menor cuando cometí la falta o el delito, cuando fui juzgada. Así es como creo que debe ser. Aunque mi nombre sirva para aterrorizar a la infancia no debería servir para dar nombre a un cambio sobrevenido ni para que se me aplique uno.
Aunque luego, cuando eso se aplica a asesinas en serie, a violadores y asesinos de niñas, a seres monstruosos que han hecho del dolor ajeno su vida y sobre todo a quénes con alta probabilidad volverían a hacerlo en el momento en que vuelvan a pisar la calle, en ese momento, digo, me entren las ganas de la cadena perpetua, de la manada de hostias hasta que me duela, de "forzar la ley no es tan malo si mantiene a esa gente dentro" como menor de los males.

Pero no, no voy a dejar que me hagan eso. Yo creo en la sociedad, en la ley (quizás no en la que hay, ni en la forma de ejecutarla, pero sí en nuestro derecho a tenerla, para mí y contra mí, en el espacio social en el que vivo) como el marco dentro del que nos relacionamos.

Este es uno de esos temas en los que al final nos ponemos a prueba. Los tribunales europeos nos parecen muy buenos cuando sus sentencias coinciden con aquello en lo que creemos y se acomodan a nuestros deseos. Puede que no sean muy buenos. Pero no serán peores cuando dicen que la actuación del gobierno o de la justicia deben olvidar el camino de la trampa y ajustarse a la ley, aunque eso nos deje más indefensos de lo que nos gustaría.

Si como seres humanos somos lo que vale nuestra palabra, como sociedad valemos lo que valen nuestras leyes. Aunque a veces nos joda. Aunque las malas personas se aprovechen.

PS.- Hoy he sentido una inmensa vergüenza ante el tratamiento que se ha hecho en el informativo de mediodía en la Cadena Ser de Valladolid de la confirmación por parte del Tribunal de Estrasburgo de la no legalidad de la aplicación de la doctrina Parot. Una entrevista a una madre víctima (madre de víctima a la que una no puede dejar de entender y con cuyo dolor empatizamos sin remedio), una entrevista sin más explicación del asunto, sin contraste. Un amarillismo que no es digno del medio, ni del periodismo, en mi opinión. Luego me ha pasado con otros informativos en varios medios.
He sentido vergüenza también ante estados que he ido leyendo, ante comentarios que no esperaba de ciertas personas.

Hoy he sentido rabia porque la vergúenza se me quedaba corta.

Hoy, también, doy gracias por voces que están a la altura, sobre todo por ese solitario político llamado Gaspar Llamazares, que ha dicho lo que piensa cuando no está bien visto, cuando no es popular ni fácil.

Podemos modificar las leyes para el futuro. Pero deberíamos aprender que no conviene hacerlo a golpe de calentón, sino como fruto de una reflexión comunitaria. Las leyes, nuestra palabra como sociedad, deben ser una garantía siempre.