jueves, 18 de septiembre de 2014

De tradiciones e iniciaciones masculinas a la edad adulta, aprovechando que el toro de vega pasa por aquí.



Ni soy de Tordesillas, ni he visto nunca el “espectáculo” del toro de vega –ni en la tele, tengo que reconocerlo-.

No soy “animalista”, no soy “especista” –o lo soy, según quién lo juzgue: no creo que todos los demás seres vivos tengan los mismos derechos que un ser humano en genérico, no creo que todos sean de mi especie-. Como carne, visto –y sobre todo calzo- pieles.

Siendo trabajadora –y además y sobre todo, siendo mujer- tengo poco a favor de las tradiciones, que suelen repartirnos poco, pagarnos mal, dejarnos en la cocina, saliendo poco y con la cabeza cubierta o recibiendo maltrato.


Pero me duele la idea de que un grupo de seres humanos se prueben como hombres –sea aquí o en Noruega, sea contra toros o contra focas- causando daño físico a quién no se lo hizo – a él, en concreto- previamente. Se me ocurren otros ritos de paso a la edad adulta, desde aguantar estoico la cola del desempleo y un par de entrevistas de trabajo para después manifestarse contra el ministro de turno y correr ante los antidisturbios que pretenden “disolverle” a encargarse con gracia y donaire de las tareas de la casa a diario y comentarlo con los colegas sin disculparse por “ayudar a su madre” sin menoscabo de su “hombría”, a acercarse a una mujer que le gusta o que simplemente le apetece sin pensar que su gesta está destinada al fracaso –si “cae” es una “puta”, si no “cae” una “estirada”-… por comenzar la lista y sin intención de exhaustividad.


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